Vivir en Buenos Aires, a veces, no tiene diferencia alguna con otras ciudades más chicas del interior. La mayoría de mis amigos (a diferencia de Ine y yo) no nacieron en esta jungla de cemento, así que el dato certero que sustenta la primera afirmación lo obtuve de ellos.
Alejandro nació en un bello pueblo de la Provincia de Buenos Aires, Tandil. Entre los puntos que se desarrollan en el curriculum de cualquier cita, siempre se destaca el que pregunta ¿y cómo es ser gay en el interior? (siempre se lo pregunta alguien que tiene la seguridad de ser gay en una ciudad cosmopolita como si no hubiera reprimidos entre los miles y miles de gays que andan por la gran city) y Ale odia esa pregunta. Porque odia la respuesta.
El problema que tenían mis amigos cuando no vivían en Buenos Aires siempre fue que, de alguna manera y otra, se convertían en celebridades excéntricas, sin llamar la atención eran el freak show del pueblo. Y algo realmente molesto: todos se conocen con todos. Siempre acusan lo mismo. Nacho (que viene de La Pampa) llegó a tener 5 coincidencias entre sus novios y/o amantes. Uno se había acostado con el otro y el otro con el otro que se acostó con ese otro (en mi cabeza, cada vez que me lo cuenta, me los imagino jugando al Twister) (bueno, una versión caliente de Twister).
Buenos Aires es una maquinaria tan gigante, tan grandilocuente, que uno termina siendo una partecita bien pequeña que ayuda a un gran engranaje a que se mueva. El problema es que las partecitas, para funcionar, tienen que entrar en acción unas con otras. Y en esa interacción las partes terminan conociéndose unas con otras. Ayer me percaté de eso. Bah, lo re confirmé. Acá, como en cualquier lugar del mundo, todos terminan conociéndose con todos. Yo no soy la excepción, claro.
La noche de anoche dictaba tragos por algún lugar conocido para luego irnos a dormir tranquilos. No más que eso. Estábamos en la barra del lugar donde fuimos con Ine, Ale, el Niño Pez, Nacho y el otro Nacho y de repente sentimos que nos estaban observando. Claro, nos parecía extraño porque, aunque vamos siempre a ese lugar, a esa banda nadie la conocía. Ninguno de nosotros en su vida había visto a esa gente. Lo primero que supusimos fue que alguno de ahí estaba teniendo intenciones con alguno de aquí. Intentamos no hacer caso, pero las miradas eran cada vez más recurrentes y lo único que pensábamos era en qué pesados se estaban poniendo.
Hasta que un valiente muchacho nos sacó la duda:
Desconocido
“¿Cuál de todos ustedes es Juan?”
Juanjo (levantando la mano)
“Presente”
Desconocido
“Ahhhh… nos tiraron bien la data. Ok. Vos y yo deberíamos tener una charlita, creo”
Juanjo
“¿Debido a…?”
Desconocido
“Debido a que te garchaste a mi novio”
Inés
“Uh uh uh… flaco… estamos todos tranquis, no queremos escándalos, así que seguí en la tuya..”
Juanjo
“Gracias Ine. Ella es mi abogada. A ver, no entiendo… ahora me mata la intriga ¿qué matrimonio rompí?”
Desconocido
“El mío con Fermín”
Juanjo
“PERDON?!”
Desconocido
“Sí sí… vos deberías revisar tu agenda lindo… me parece que se te está juntando el ganado. Y deberías averigüar la vida de la gente, antes de hacerte la novela”
Ale
“Che… lo de Fermín no fue hace años?”
Juanjo
“Esto me supera… (mirando a los chicos) ¿vamos?”
Desconocido
“EU! vos no te das cuenta de lo que provocás… tipo que si salís con alguien, mínimo preguntale con quién estuvo antes o si está con…”
Juanjo
“Nos estamos yendo. Un gusto che. Una preguntita de despedida… ¿vos sos de Buenos Aires?”
Desconocido
“Sí… nací acá… ¿y eso que tiene que ver?”
Juanjo
“Se los dije… no hay diferencia”
La madrugada terminó en casa de JP. Charlando del tema. Y haciendo conexiones, terminamos coincidiendo lejanamente en algunos cuerpos. No me pude dormir hasta el mediodía, creo. Me rondaba una sola pregunta en la cabeza: ¿podré encontrar un nuevo objeto de estudio que no me una, de alguna manera, no tanto su pasado sino su presente y su futuro?